martes, 2 de junio de 2015

Campo en monodosis




Turismo rural. Recuerdo cuando comenzó a crecer esta práctica y veíamos en la tele a aquellos primeros urbanitas que (atención!!) pagaban por pasarse una semana entera en una casa de labranza, dando de comer a las gallinas, sachando en las huertas y ordeñando vacas. Un sinsentido para una buena parte de la ciudadanía que había luchado por salir del campo en busca de una vida mejor en las grandes urbes mundiales.

En mi caso, llevaba haciendo turismo rural toda la vida, sin saberlo, porque soy nieta de aquellos que cambiaron campo por ciudad, y, de vez en cuando, visitábamos a la familia. Pero nosotros no le llamábamos turismo rural sino "ir a la aldea". Siempre me he sentido parte del campo y me invade una felicidad absoluta cuando me veo en el coche serpenteando entre "leiras" para ir de visita a las casas donde nacieron mis abuelos. Cuestión de raíces, imagino, porque lo cierto es que nunca me he pasado más de unos pocos días allí y seguramente, si lo hiciese, no tardaría en echar de menos hasta el humo de los coches.

Recuerdo lo feliz que me hacía que mis padres me dejasen dormir en la aldea, aquello era diversión y libertad de movimiento garantizadas. Lo que se dice por estos lares, "andar ceibe". Levantarme por la mañana en casa de los tíos y tías de mi madre, escuchando tan solo a los pajaritos. Bajar a desayunar aquellos tazones de leche de vaca recién ordeñada y que me dejasen ayudar, a lo que fuese. He tenido oportunidad de recoger patatas, ir a cortar la hierba, dar de comer a las vacas, llena de tierra hasta las cejas ... en fin, lo que viene siendo turismo rural. 

Ahora que soy mayor ya no me quedo en casa de la familia, y de vez en cuando me voy con mis amigos de turismo rural, del de pagar. Pequeñas dosis de campo, que te ayudan a recargar las pilas a tope y, sobre todo, a sentirte libre del reloj, porque, en el campo, las horas las marcan el sol y los animales.

En esta ocasión, ocho desde A Coruña y seis desde Valladolid, fuimos a caer en medio del Bierzo, en  la casa de turismo rural El Carballal, en el Valle de Finolledo. Una delicia de paisaje y la casa más equipada que yo haya visto en mi vida.







Turismo rural. Es una de las mejores alternativas para ir en pareja, porque no hay ruido ni interrupciones, y te reencuentras. Es una de las mejores alternativas para ir en pandilla, porque puedes hacer todo el ruido que quieras. Y es una de las mejores alternativas que hay para ir con niños, me atrevería a decir que la mejor.

Un fin de semana de amigos, con unas indiscutibles protagonistas, las gallinas y las vacas. 









Y cuando cae el sol....







... cuando se hace de noche y los niños duermen, pues qué os voy a contar, no se parece mucho a las casas rurales premamá, porque ruido, lo que se dice ruido, no se puede hacer, pero unas buenas risas, entre señoras y señores, a la luz de la luna, sí que nos hemos echado.






*Lo de la leche de vaca, es una trola como una casa..no, no es que no la hubiese, que la había! Es que no me gusta nada, nada, nada...  Y no me digáis que la historia no queda mucho mejor así. XD.



1 comentario:

  1. La casa en que vivimos era una casa rural :) nos faltan las vacas pero no es grave porque a mí tampoco me gusta la leche, nada de nada. Vivir así es una paz pero entiendo que se pueda echar de menos la algarabía de la ciudad...
    Unas fotos preciosas

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